Retamal Borgogno, María Emilia
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Ésta es la historia de un tomate. Bueno no, al menos no exactamente. Ésta es mí historia, pero el tomate también tiene un rol protagónico.
A lo largo de mi vida pasé por innumerables cambios. Bueno, innumerables no, ya que más de una vez me entretuve contándolos: dos países, cuatro ciudades, cinco colegios, ocho casas. ¿O eran nueve casas? Quizás ya perdí la cuenta. Nací en Santiago de Chile, lugar al que mi familia emigró huyendo de la inestabilidad de los ‘90. Volvimos ya en el nuevo siglo aunque sólo para seguir moviéndonos, siempre con la promesa de que sería la última vez.
Prácticamente toda mi infancia y adolescencia la pasé adaptándome a nuevas situaciones, nuevas ciudades, nuevos colegios, nuevos amigos. Muchas veces me sentí sola, y encontré en los libros un lugar de refugio.
Las palabras en el papel parecían ser las únicas que no cambiaban, cuando todo lo demás lo hacía. Releía las mismas líneas, una y otra vez, quizás para verificar que seguían iguales.
Fue así como apareció el tomate. Mi hermana puso en mis manos un libro de poesías infantiles, y una en particular me llamó la atención. “Se mató un tomate”, de Elsa Bornemann, una crónica protagonizada por verduras, que cuenta la sucesión de hechos posteriores al suicidio de un tomate. Yo tenía alrededor de 8 años, y sus ocurrentes rimas me atraparon como ningún relato había hecho antes. La leí una y otra vez, hasta que cada verso quedó sellado en mi memoria, tanto, que ya pasaron 13 años y aún recuerdo cada palabra. El final sigue siendo mi parte favorita: "El diario 'Espinaca' la noticia saca: -Hoy, ¡Qué disparate! ¡Se mató un tomate!- Al leer, la cebolla, lloraba en su olla. Una remolacha se puso borracha. 'Me importa un comino', dijo Don Pepino. Y no habló la acelga (estaba de huelga)."
En algún momento, mi pasión por leer maduró en escribir. Cuando era más chica, me gustaba pintar y dibujar, así que mi mamá me inscribía en cuanto taller de arte encontrase. Ya más grande, me dí cuenta de que no tenía habilidad ni para trazar líneas rectas, y a través de las palabras encontré otra forma de canalizar mi creatividad. Podía dibujar con palabras, podía crear al escribir.
Escribir se convirtió también en una gran contradicción. A veces surge de manera involuntaria, para ordenar ideas o para curar el insomnio. Pero otras veces es angustia y miedo a fallar, a no ser lo suficientemente buena. En esos momentos, mirar la hoja en blanco me genera el vértigo equivalente a asomarme por un acantilado. Es un vértigo que en ciertos momentos me hace olvidar lo mucho que disfruto escribiendo, y tengo la expectativa de que recorrer esta materia me ayude a superarlo.
Mi aprecio a las letras, la historia y las humanidades, me llevó a encontrar en Comunicación Social la mejor opción, y desde el primer día fuí fiel a la orientación Gráfica. Antes de los últimos años de secundario, nunca había pensado en el periodismo como carrera y tampoco recuerdo cómo se metió esa idea en mi cabeza. Hoy creo que quizás fue la intervención divina del tomate, lo que me empujó a querer escribir noticias, relatos y crónicas, pero de personas en lugar de verduras.
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