Retamal Borgogno, María Emilia
Un hombre camina por la ribera del Suquía, a la altura del puente Centenario. La temperatura es de 36° C a las cuatro de la tarde, y la sensación térmica es aún mayor. Con cada paso, se acerca más al borde del río, hasta que no resiste la tentación de meterse al agua. Ignora completamente los carteles que anuncian "Zona de riesgo, prohibido bañarse", el calor es demasiado sofocante. Lo que probablemente también ignoró al tomar esa decisión, son los niveles de contaminación que tiene el agua. En el 2016, el diario La Voz del Interior encargó un análisis al Centro de Química Aplicada (CEQUIMAP), quienes tomaron muestras del río en cinco sitios diferentes de la Capital. Todas las muestras señalaron niveles altos de la bacteria Escherichia coli, lo que no sorprende teniendo en cuenta la saturación de las cloacas en la ciudad. Todo llega al río.
El promedio histórico de las temperaturas máximas en octubre en Córdoba es de 24° C. No es de extrañar la desesperación de la gente cuando se encuentran con diez grados arriba de ese número. El sudor se desliza por la piel de los transeúntes, que buscan cualquier posibilidad de refugio. Pero el sol se encuentra en su punto más alto y no hay sombra por la cual caminar. Estamos rodeados de cemento y asfalto, ni un árbol, ni una brisa, no hay otra opción más allá de cocinarse vivo.
El aire es tan pesado que parece imposible que tenga oxígeno, no importa cuantas veces inhales y exhales, es como si el alivio nunca llegara a los pulmones. Viene acompañado de dos tipo de hedores: los corporales, y los de la basura putrefacta que se descompone en los contenedores. Todo se intensifica con las altas temperaturas. Respirar es un suplicio. “Si está así ahora, qué nos queda para diciembre”, dice una señora en la parada, sosteniendo un abanico improvisado con una revista de ofertas de Ferniplast.
Pero hay algo peor que transitar por la calle. Viajar en colectivo se asemeja al mismísimo descenso al inframundo de Hades, sólo que en vez de pagarle un óbolo a Caronte, hay que acercarle a la máquina la Red Bus. Ni las ventanas abiertas aligeran el recorrido, con todo el cúmulo de cuerpos, la temperatura es otros 5° más ahí adentro. Empiezo a pensar que el infierno de los griegos quizás no fuera tan malo, al menos con Caronte el viaje en barca era más ameno. Pero gracias a Zeus mi viaje es corto, me libero del monstruo de metal, y desciendo. Agarrándome de la baranda hirviendo que me quema las palmas de las manos, bajo los peldaños y piso tierra firme.
“Parece que el domingo cambia”, escucho a dos señoras charlando. Este inusual calor es el tema principal de toda conversación. Lo interesante es que todos coinciden en que es una rareza, pero nadie exterioriza la principal explicación: el cambio climático.
A nivel global, los aumentos de la temperatura tienen como causa principal la contaminación humana, a través de las emisiones de dióxido de carbono. Los registros señalan que entre 1961 y 2019, la temperatura aumentó en promedio 1° C, y siguiendo con el nivel actual de emisiones, la temperatura aumentará hacia finales de siglo 4.2°. Las consecuencias a largo plazo son mucho peores a los 36° de calor en el octubre cordobés.
El Panel Intergubernamental de Expertos contra el Cambio Climático de la ONU realizó un informe que analiza los efectos que tendrá el cambio climático. En primer lugar, el derretimiento de los glaciares y las superficies congeladas está generando un aumento del nivel del mar, que actualmente es de 3,6 mm por año. Con las emisiones de dióxido de carbono actuales, los científicos preveen un crecimiento de casi un metro para el año 2100. Esto pone en peligro a poblaciones costeras e insulares, que podrían quedar cubiertas por el agua. Otra consecuencia directa del derretimiento de hielos son los cambios en la disponibilidad del agua, que causaría repercusiones no sólo en las poblaciones, sino también en sectores como el agrícola o hidroeléctrico.
Sin embargo, no son sólo hipótesis. La Agencia Espacial Europea (ESA) publicó una grabación que muestra dos grandes grietas en el glaciar Pine Island en la Antártida, de las cuales se espera un nuevo desprendimiento. Cada una de ellas es de 20 km, y su magnitud se compara con la superficie de Manhattan. Pero este tampoco es un ejemplo aislado.
En agosto de este año, se realizó un homenaje a un glaciar en Islandia que desapareció por completo. Es de importancia resaltar el hecho de que en 1890 el hielo cubría una superficie de 16 km2. Cymene Howe, profesora de Antropología de la Universidad Rice de Estados Unidos, explicó en un comunicado que recordando el glaciar se quiere poner acento en lo que está desapareciendo en el mundo entero. Además explica: "Las discusiones sobre el cambio climático pueden ser muy abstractas, acompañadas de numerosas estadísticas catastróficas y de modelos científicos complejos, incomprensibles".
Tenemos ejemplos concretos de los efectos del cambio climático, sin embargo, no hay ningún anuncio de alerta o concientización a la vista. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el calentamiento global está causado completamente por la acción humana. Así es muy cómodo pensar: “Nadie cuida el planeta”, y quejarnos en voz alta de lo insoportable que es vivir en este infierno. Pero sorpresa, aquí vuelve el boomerang: fuimos los seres humanos los que generamos estos impactos en el ambiente y somos nosotros mismos quienes recibirán las consecuencias.
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