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Tres hermanas y un teléfono

Alcantaro Saldaño, Milagros Dolores doloresmilagros19@gmail.com

Retamal Borgogno, María Emilia emiret97@gmail.com

Zampaglione Mujica, Sofía Natalia zampaglionesofi@gmail.com


En la era de la tecnología, donde cada uno tiene su celular personal y nos comunicamos a distancia a través de textos casi telegráficos, se ha perdido una práctica que estuvo presente en los hogares durante años: las llamadas por teléfono fijo. Éstas dejaron muchas marcas que posiblemente todos recordemos: su característica melodía, el “¿de parte de quién?”, así como el grito que lo proseguía para anunciarle a su destinatario que tenía una llamada.

Precisamente, con una de aquellas llamadas comienza la obra “Viernes de Brujas”: el teléfono suena, pero ninguna de las hermanas acude a atenderlo. Cada una enfocada en su actividad, espera que otra lo haga, pero la llamada se corta sin ser respondida. Todas entran en escena para reclamar la falta y aquí comenzamos a conocer a nuestras protagonistas y sus historias: Lucrecia (Betty Angelotti), divorciada, con un hijo viviendo en el extranjero que nunca la llama; Eugenia (Stella Maris Domizioli), viuda y docente de escuela; y Silvina (Laura Cikra), la menor, dedicada a cuidar a su padre envejecido. Las tres hermanas conviven en la casa de sus padres y, a través de sus conversaciones, sus momentos de soledad y sus cómicas discusiones, llegamos a construir la historia y personalidad de cada una.

La función fue el día viernes de la tercera edición de la Noche de los Teatros. Comenzó pasadas las 20 horas, y se realizó en el teatro Espacio Máscara, ubicado en Humberto Primo al 877. La obra no forma parte de la cartelera actual del espacio, sino que se dio como una función especial a la gorra. Está dirigida por Nestor Rosso, quien realizó sus estudios en la Escuela Nacional de Arte Dramático y en la Escuela de Teatro de Buenos Aires (ETBA). La autoría de la obra es de Eduardo Chaves, escritor, poeta y dramaturgo.

La mayor parte de la historia se desenvuelve en el living de la casa donde conviven las hermanas. Con sillas y muebles de estilo chippendale, la puesta en escena representa el típico hogar congelado en el tiempo. En una de las habitaciones, se encuentra el padre, postrado en su cama y posiblemente senil. “Pobre papá, ya no me reconoce”, comenta con tristeza Silvana en un momento, dandonos asi alguna pista. Si bien es un personaje tácito, ya que nunca lo vemos en escena, posee gran importancia en el desarrollo de la historia.

Angelotti, Cikra y Dominzioli en escena, como Lucrecia, Silvina y Eugenia

Acompañadas por una puesta en escena minimalista, compuesta por dos sillones y una pared hecha de cartón que representaba las puertas a las piezas de cada una de las hermanas, las tres actrices fueron capaces de transmitir la presencia de personajes que existen en la historia pero que no están representados por actores. Son incorpóreos a los ojos de los espectadores, y sólo sabemos que están ahí mediante las expresiones y conversaciones de las protagonistas con ellos. El resultado genera situaciones muy entretenidas, que tienen buena respuesta del público.

A pesar de que en el transcurso de obra no hay muchos cambios de escena, las entradas y salidas de las hermanas de la habitación otorgan dinamismo, y los diálogos entre ellas son tan divertidos que nos mantienen expectantes. En estas conversaciones vamos construyendo las historias de las hermanas, y vemos las tensiones y conflictos entre ellas. Silvina es la única que se ocupa de cuidar al padre, mientras Eugenia y Lucrecia pasan su tiempo peleando por cosas del pasado. Es muy fácil identificarse y sentir empatía con ellas, reírse y angustiarse con las situaciones que viven. Además, el juego de luces acompañaba el ambiente de los momentos de tristeza, alegria y diversion.

En el relato, podemos ver reflejada la importancia de las uniones afectivas y cómo una situación que cause inquietud a un pariente, puede resultar en la reparación de lazos a través del apoyo familiar… aunque algunas disputas familiares, del ayer y de hoy, continúen manteniéndose como causas de conflictos. A pesar de ello, los hermanos comparten sangre e historias. No los elegimos, por lo que los choques son inevitables. Sin embargo, son lazos que acompañan toda la vida, y ante las discrepancias, el entendimiento y el pedir perdón son cosas que nunca pueden faltar.

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